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Francisco bendice a los Harlistas que lo visitaron. |
Esperé todos los resúmenes de muchos para hacer el mío, y creo que fue bueno esperar, sobre todo porque por temperamento suelo ser muy flemático, escéptico y otras hierbas monolíticas.
Lo primero que tengo que decir es que Francisco es un cura latinoamericano: se parece a la gente que pastorea; su separación de la gente es sólo formal pero no de fondo. No es un cura de oficina, es un pastor de barriada, y en eso ha convertido la abarrotada plaza de san Pedro.
Lo segundo, es su falta por completo del "glamour" propio de los pontífices, muy ocupados en "actuar" un protocolo que los alejaba de la realidad y los ponía en una órbita distinta de la gente que tenían la intención de pastorear. Su falta de "halo" mediático, deja al descubierto al pastor que ama a la gente y disfruta de su cercanía; no mira a la gente como el líder carismático o político que ve cifras, ve a la gente desde la óptica del amor que le viene del mandato y del oficio. Esta es quizá una de las cosas que más divide a los grandes medios de comunicación: para muchos esa imagen generosa es la que debe ser mostrada al mundo; para otros, que no ven nada impropio, que no ven las fisuras de su sinceridad, esto definitivamente no es noticia.
Lo tercero, no siempre es conocido por el gran público: su discurso al interior de la Iglesia. Con ese insípido italiano, Francisco nos ha dicho a los hombres de Iglesia muchas cosas valiosas y directas; no hay medias tintas ni maquillaje: o somos o no somos! Estamos dispuestos a hacer la obra de Dios o nos marchamos para dejar la tarea a otros que tengan la intención de hacerla. O somos de Cristo o estamos en su contra! Las homilías y discursos a los sacerdotes y a los obispos son demoledores, y claro, esto puede tener dos efectos contrarios: por una parte, algunos harán oídos sordos a este cura latino que tiene raíces en la sincera pobreza del Evangelio; o bien, muchos comprenderán que están equivocados y que el rumbo de la Iglesia no marcha por los caminos tortuosos de los que "viven" de un oficio al que se han habituado.
La cuarta cosa es el silencio de los grandes medios del primer mundo sobre el Papa Francisco. El odio mediático que les inspiraba Ratzinger era el pan untado de cada día !Eso acabó, para gloria de Dios! Pero en nuestro mundo las cosas, aunque sean así, no son buenas. Ser ignorado en el mundo actual es sinónimo de estar muerto. Hay que recordar que nadie es noticia cuando hace las cosas bien, y por eso los esfuerzos para llegar a los grandes medios son precarios (por ejemplo, nada se dice de la jornada de la juventud en Brasil, por mucho que el país haya sido constante protagonista en las últimas semanas de todo tipo de prensa).
La difuminada imagen de la Iglesia sigue siendo el blanco de maliciosas interpretaciones y otros vejámenes, porque aunque Francisco haya conquistado muchas almas alejadas, no obstante persisten de fondo controversias que quitan el sueño: los gays y sus reivindicaciones; las mujeres que piden el sacerdocio; los curas que quieren casarse junto con las que quieren casarse con ellos; la pederastia que sigue sonando sus campanas, particularmente en los E.U.A., la reforma de la curia y los manejos de los monseñores del OIR, al que popularmente llaman "banco del Vaticano". No basta tener buena voluntad, o ser muy buena persona. En el oficio de pontífice hay que tener el poder para lograr no sólo las reformas sino para crear imaginativamente nuevas maneras para hacer eficaz el poder.
Francisco sale bien librado en todos los resúmenes, pero falta mucho aún para hacer y estos 100 días son sólo una pequeña muestra de agua en el inmenso mar de la historia de la Iglesia.
padre Juan Carlos Díaz