Padre Jaime Camacho misionero colombiano |
No hablamos de los costos económicos, médicos, sociales o humanos, que son cifras siempre mensurables y con muchas fluctuaciones, dependiendo de la región del mundo al que es emplazado un misionero. Hablo de la calidad de vida que el misionero lleva a las comunidades a las cuales evangeliza. Desde luego no es el viejo concepto "civilizador" que imprimieron las misiones católicas y protestantes en Asia y en el Africa del siglo XIX. Hablo de la visión del mundo, en el que la marginalidad ha dejado de ser simplemente la marginalidad o la periferia, de la que muchas veces nos ha hablado el papa Francisco. Los nuevos retos a los que se enfrenta el misionero, tienen que ver con evitar que "la civilización" llegue a destrozar lo que mantiene el equilibrio de los hombres de las poblaciones apartadas y menos asfaltadas, con el mundo natural, regalo de Dios y tarea de esos hombres y mujeres. La marginalidad adquiere un carácter diferente, porque las comunidades apartadas gozan aún de muchos elementos fundamentales que en nuestro mundo "civilizado" se han perdido: la amistad tribal o de grupo; el recurso a la naturaleza como fuente de sabiduría, y no como simple "mole vital" de la que se sacan cosas para ganar dinero, como cuando se explota hasta el exterminio las especies nativas para que las disfruten otros, que en latitudes ajenas, porque las pueden pagar; la contemplación de la obra de Dios; la fe en el creador de los hombres que mantiene entre ellos el principio de la fraternidad no escrito ni mandado pero comprendido en la intimidad. La ¨civilización" llega con sus guadañas a tumbar monte para poner en su lugar los eslogans y las necesidades de un tipo de vida que no se compadece con el hombre y con la naturaleza, porque lo único que le importa son las ganancias y los recursos del subsuelo.
Ahora los misioneros no sólo deben anunciar a Cristo, sino además una fraternidad universal, fundamentada en la condición humana que Jesús ha venido a desvelar con nuevas dimensiones y nuevas esperanzas.
padre Juan Carlos Díaz Calderón