En los años 60 y 70, muchos países del Africa y de Asia alcanzaron su independencia de las metrópolis, es decir, de París, de Amsterdam, Londres y Lisboa, y empezaron unas vidas republicanas generalmente marcadas por la incertidumbre, y se despertaron viejas luchas internas que condujeron a nuevas formas de miseria. Esas ex- colonias, abandonadas a su suerte, estaban ahora a merced de nuevos ricos que les quisieran comprar y mercadear sus productos naturales (hoy los llaman "comodities"). El Papa Pablo VI ya había pintado este panorama en su "Populorum Progressio", y además, sin dar fórmulas explícitas, daba las orientaciones morales y los principios que el cristianismo poseía para iluminar aquel momento de la historia.
La caída de las economías "metropolitanas" como las podemos llamar, mirando desde las desvencijadas costas de esos antiguos pueblos colonizados, han vuelto sus ojos hacia esos pueblos, buscando de nuevo las razones económicas por las cuales los invadieron en el pasado. Pero, la historia da giros insospechados, y el papel que antes jugaban las "potencias de ultramar" ahora lo tienen los chinos, aplicando fórmulas más sutiles y menos humillantes. El quiebre de la economía de los europeos y de los americanos ha conducido a los chinos a luchar por los "comodities" que abundan todavía en los países del tercer mundo, y eso naturalmente que ha despertado los celos de los que siempre fueron invasores.
Este neo- colonialismo tiene el rostro de este momento en el que la aparición de nuevos materiales industriales (como las "tierras raras") que se usarán en la tecnología informática y en medicina, han desbordado las expectativas de los mercados, hoy llamados "emergentes" que se caracterizan por nuevas y viejas formas de consumo. Asistimos a un ajuste de las cargas, caracterizado por el lucro, y en el que la verdadera ética por los recursos naturales brilla por su ausencia, con la complicidad de los gobiernos locales y los políticos de turno, que como buenos negociantes, quieren su tajada ahora, sin importar lo que sus hijos y nietos vayan a heredar de su gestión.
Quebrados los ricos, hay que esculcar las bolsas de los pobres, porque ellos son siempre así. Ahora miran hacia América Latina con la avidez con la que un viejo mira a una quinciañera pobre. Ven que el potencial de este continente, todavía sin explotar, puede ser la salvación del quiebre de las bolsas en Europa y en Estados Unidos, verdaderos protagonistas de la economía mundial, aunque estén quebrados. No es que nos cerremos al mundo con la retórica barata de los mamertos de los años 70 que se creían salvadores del mundo, y creían que ellos profetizaban todas las catástrofes, y por tanto había que escucharlos con seriedad (como si la Iglesia no hubiera denunciado en su momento, todo eso que ellos cacareaban). Pero sí tenemos que empezar a negociar en igualdad de condiciones, buscando el respeto de nuestras comunidades, preservando el ecosistema, y por supuesto, vendiendo sólo lo que se puede vender, porque la avaricia siempre rompe el saco. Hay que abrirse al mundo, hay que escuchar ofertas, hay que sacar el mayor provecho de lo que tenemos, no el sentido mercantilista del término, sino en el buen sentido común. Se nota que nos necesitan, y hasta nos galantean, diciéndonos que somos maravillosos; y las entidades de riesgo, siempre asentadas en USA y Europa, nos cortejan como si la quinciañera fuera a caer fácilmente en sus brazos. Pero la muchacha ya aprendió, ojalá que sus padres (de la patria) no sean tan torpes que la entreguen impunemente al mejor postor.
padre Juan Carlos Díaz Calderón
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