“No podemos hacer la Iglesia, podemos sólo hacer conocer cuanto Él ha hecho. La Iglesia no empieza con nuestro hacer, sino con el hacer y hablar de Dios . Sólo Dios puede crear su Iglesia. Si Dios no actúa, nuestras acciones son sólo nuestras y son insuficientes. Sólo Dios puede testimoniar que es El quien habla y ha hablado”. Benedicto XVI.
Vale la pena que nos detengamos a considerar estas palabras del Papa, justamente cuando inicia el sinodo sobre la Nueva Evangelización. No se trata de un declaración fuera de contexto. Es una afirmación valiente y humilde frente al mundo que se niega a aceptar justamente el Evangelio como la regla de Dios y al catolicismo como la enseña de esa regla. De dónde nos ha venido esta racha de desaprobación? Cuál es el motivo de esta condición refractaria que nos hace más lenta y difícil la tarea de llevar a los hombres hacia Dios? Creo sinceramente que el escollo no está en el mensaje, ni en el protagonista del mensaje que es Jesús...está en los hombres de Iglesia más que en los fieles. Nosotros somos el escollo más complejo para la obra del Espíritu; nosotros hemos desgastado la Gracia con nuestra manera de ser y con la manera como vemos el mundo; nuestros pecados, y sobre todo nuestra arrogancia ha ido cavando una brecha entre nosotros y los católicos de a pie, de modo que ellos no quieren ya defendernos ante la opinión pública, cuando los errores de uno, contaminan el todo (aquí cada parte cuenta); nos señalan en el colectivo mental como gente de la que hay que desconfiar; nos convierten en tema de películas, de comics y de notas periodísticas en las que somos la peor parte del reparto; en suma, nos hemos convertido en un mal refrán como dice el salmo. Hay muchos hombres de Iglesia que parecen anestesiados y siguen considerando títulos y condiciones; todavía muchos se creen de mejor familia que Jesucristo; sacerdotes y obispos inaccesibles y llenos de si mismos, que parece que habitaran atmósferas distintas...Solo una conversión sincera de los hombres de Iglesia, sólo el abandono de esas tentaciones que acompañan el liderazgo; sólo una penitencia, que además de reconocer el propio pecado, se aplique a la enmienda y a la reparación, podrán ser el camino para una verdadera Nueva Evangelización. Lo demás será retórica partidista, viejos discursos repetitivos que sólo escuchan las sordas paredes de los templos abandonados hace tiempo por los fieles. Dios sabe más.
padre Juan Carlos Díaz C
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