sábado, 15 de septiembre de 2012

La esperanza es lo último que se pierde


Un viejo refrán popular dicta: “la esperanza es lo último que se pierde”, pero para un creyente, para un católico, estas palabras tan sonadas entre el pueblo, deben ser una de las bases de nuestra fe,  el motivo de aliento para esas situaciones en que creemos que todo en nuestras vidas está mal y que no vale la pena seguir luchando.
Muchos ponen su esperanza en el dinero, en una relación, en una persona, hasta en un ministro de culto. Con tristeza he escuchado muchas veces a una amiga decir, que lo que más le interesa en el mundo es su negocio y su finca, que su vida gira en torno a estas dos propiedades y por dedicarse de lleno a mantener productivos estos dos bienes se ha olvidado precisamente de vivir.
Estas dos cosas son las esperanzas de, llamémosla Marcela. Pero si somos creyentes, sabemos que nuestra vida trasciende mucho mas allá de lo terrenal, de lo pasajero, “la meta está en lo eterno” como dice la canción que conmovidos cantamos en la exequias. Nuestra esperanza apunta al cielo, en nuestra salvación, y el único que nos puede brindar estos maravillosos consuelos es Cristo, Él es el único en quien podemos poner nuestra esperanza, ya que tarde o temprano, ese ser humano en quien muchas veces hemos puesto la nuestra nos fallará o naturalmente partirá y lo despediremos cantando el estribillo: “la meta está en lo eterno, nuestra patria es el cielo...”
Tarde o temprano, nuestros negocios puede derrumbarse, nuestro dinero se puede ir en un abrir y cerrar de ojos gracias a un mal movimiento financiero, entonces, ¿ahí morirá nuestra esperanza? ¿Acaso debemos perderlo todo para darnos cuenta de que tenemos que poner nuestra esperanza en El Amado, en El Eterno?
Entonces qué podemos decir de nuestros hermanos ancianos, o nuestros hermanos enfermos que están reducidos a una cama o dependientes de la caridad de personas que velan por su bienestar,  cuyas metas no van más allá de tomar sus alimentos, y simplemente pasar el día sin ilusiones de un futuro terrenal prometedor y lleno de actividades, con el temor de que pronto les estarán dedicando los versos de la cantilena ¿Dónde queda su esperanza? ¿Acaso debe morir con la muerte de sus quehaceres? Tampoco ellos pueden perderla, Dios sabe más y les puede brindar aquello que El muy bien sabe que necesitan y esperan.
No podemos continuar nuestra vida, pensando simplemente en conseguir cosas y bienes para nuestro futuro siempre impreciso;  no sigamos pensando que nuestras ilusiones terminan el día que nuestros cuerpos no soporten largas jornadas de actividades y nuestras agendas estén llenas de tiempo libre, porque nuestra edad no nos da para mantenerla llena de negocios, citas y reuniones.  Debemos entender que nuestras vidas trascienden a lo eterno y que dependiendo en quién pongamos nuestra esperanza, esa eternidad es un premio y definitivo morir de vanas ilusiones, porque al final siempre tendremos que cantar con entonado acento: “somos los peregrinos que vamos hacia el cielo, la fe nos ilumina, nuestro destino no se halla aquí”…

Juan Manuel García
ju.ma.gar@hotmail.com 

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