Un viejo refrán
popular dicta: “la esperanza es lo último que se pierde”, pero para un
creyente, para un católico, estas palabras tan sonadas entre el pueblo, deben
ser una de las bases de nuestra fe, el
motivo de aliento para esas situaciones en que creemos que todo en nuestras
vidas está mal y que no vale la pena seguir luchando.
Muchos ponen su
esperanza en el dinero, en una relación, en una persona, hasta en un ministro
de culto. Con tristeza he escuchado muchas veces a una amiga decir, que lo que
más le interesa en el mundo es su negocio y su finca, que su vida gira en torno
a estas dos propiedades y por dedicarse de lleno a mantener productivos estos
dos bienes se ha olvidado precisamente de vivir.
Estas dos cosas
son las esperanzas de, llamémosla Marcela. Pero si somos creyentes, sabemos que
nuestra vida trasciende mucho mas allá de lo terrenal, de lo pasajero, “la meta
está en lo eterno” como dice la canción que conmovidos cantamos en la exequias.
Nuestra esperanza apunta al cielo, en nuestra salvación, y el único que nos
puede brindar estos maravillosos consuelos es Cristo, Él es el único en quien
podemos poner nuestra esperanza, ya que tarde o temprano, ese ser humano en
quien muchas veces hemos puesto la nuestra nos fallará o naturalmente partirá y
lo despediremos cantando el estribillo: “la
meta está en lo eterno, nuestra patria
es el cielo...”
Tarde o
temprano, nuestros negocios puede derrumbarse, nuestro dinero se puede ir en un
abrir y cerrar de ojos gracias a un mal movimiento financiero, entonces, ¿ahí
morirá nuestra esperanza? ¿Acaso debemos perderlo todo para darnos cuenta de que
tenemos que poner nuestra esperanza en El Amado, en El Eterno?
Entonces qué
podemos decir de nuestros hermanos ancianos, o nuestros hermanos enfermos que
están reducidos a una cama o dependientes de la caridad de personas que velan
por su bienestar, cuyas metas no van más
allá de tomar sus alimentos, y simplemente pasar el día sin ilusiones de un
futuro terrenal prometedor y lleno de actividades, con el temor de que pronto
les estarán dedicando los versos de la cantilena ¿Dónde queda su esperanza? ¿Acaso
debe morir con la muerte de sus quehaceres? Tampoco ellos pueden perderla, Dios
sabe más y les puede brindar aquello que El muy bien sabe que necesitan y
esperan.
No podemos
continuar nuestra vida, pensando simplemente en conseguir cosas y bienes para
nuestro futuro siempre impreciso; no
sigamos pensando que nuestras ilusiones terminan el día que nuestros cuerpos no
soporten largas jornadas de actividades y nuestras agendas estén llenas de
tiempo libre, porque nuestra edad no nos da para mantenerla llena de negocios,
citas y reuniones. Debemos entender que
nuestras vidas trascienden a lo eterno y que dependiendo en quién pongamos
nuestra esperanza, esa eternidad es un premio y definitivo morir de vanas ilusiones,
porque al final siempre tendremos que cantar con entonado acento: “somos los
peregrinos que vamos hacia el cielo, la fe nos ilumina, nuestro destino no se
halla aquí”…
Juan
Manuel García
ju.ma.gar@hotmail.com
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